lunes, 13 de agosto de 2012

Jueves alterado

La autora, foto por Julio Bravo.

Alter Ego.

por Julio Bravo

No encuentro el inicio para este texto, ni mucho menos atisbo las palabras para comenzar. El silencio y la oscuridad lo cubren todo y, me propongo que sean únicamente las manos; las que asalten -tantas veces como les sea posible- al teclado. Intentando hurtar letras que no contengan sentido.

Cuando me pareció haber visto, por primera vez la invitación del libro, no le tome clara importancia; y digo clara, porque la realidad es que no la mire con soberbia, mas bien, no supe indagar en ella. Después seguí navegando por la red, anticipando la vaguedad asfixiante que en ocasiones me provoca. Casi para abandonar el mundo virtual, apareció de nuevo…, di un clic derecho. La dicha invitación me tomó por los ojos, y, estrellamos nuestras caras; fijamente sumergidos, yo y ella, éramos ya una laguna esmeralda encuadrada en un pulcro blanco. Mi atención rodó como un bodrio tropezando sobre cañadas y antes de acabar estampado en una cascada por vestido, ¡puede ver realmente! Así mismo leí: “Hay en este conjunto una extraña poesía, un tono de cuento de hadas que se torció.” El jueves 2 de agosto se presenta el primer libro en forma de Iliana Vargas Joni Munn y otras alteraciones del psicosoma en el Museo del Estanquillo.



Cuentista, foto por Julio Bravo.



Para ese jueves todo estaba pactado, y es ahí, donde realmente se vuelve todo impensable. Cuando el plan estalla y se multiplica, porque es muy fácil que algo, de último momento cambie. Mi cita estaba confirmada: nos veríamos en Bellas Artes a las seis de la tarde, de un momento a otro el teléfono sonó con el timbre de mensaje; la alteración comenzó sin muros reforzados de contención. Pero no, yo no estaba dispuesto a cambiar mi rumbo, me dirigí a la presentación.

Tomando marcha el cielo gozaba de azul y sol; sol azulado y campanas de viento. En el camino hacía el museo, me tropecé con ecos lánguidos; mimos maquillados de inconformes, así que no preví distracción. En la calle Madero la recta me daría opciones de vista, antes de llegar a la esquina del museo otra manifestación; furiosas caras adolescentes; protesta con malestares de indigestión. 





Poeta, foto Julio Bravo.
Aquella voluntad involuntaria… estiro mis brazos, me introdujo a la puerta del museo y subí el elevador. Ahí estaba todo listo: la mesa preparada con los nombres, agua para la ocasión. Una vista excepcional de los viejos edificios del Centro Histórico y mucho más. Las alteraciones ejecutando su albedrío; me postraron en el primer asiento vacío, solo y callado, si que la extrañaba. Su risa juguetona, sus labios brillando con cualquier luz reflejada, iluminando los ojos de la pantera.   


Narrador, foto Julio Bravo.
Gente fotografiándose, murmullos y abrazos. La autora del libro con la dedicación danzando en sus manos y la hoja en blanco quieta. Aldo Alba: “Cada uno de sus cuentos es una pesadilla; una imagen cinematográfica.” Sin darme plena cuenta aquello comenzó, el viento continuaba su balada suave. Edgar Omar Avilés: “Iliana es una tejedora de sueños de pesadillas. Es un río sin cauce; una escritora maliciosa pero no maligna. Escribir desde la mutación y lo onírico. La belleza y la maravilla. Iliana una rareza dentro de la rara literatura fantástica mexicana.”Entonces la simbiosis aclaro mi soñar profundo, de repente yo era pluma y cuaderno; cámara y ojo; hombre y asiento y todo al mismo tiempo. Rodolfo JM: “Prejuicios y reproches, fantasía y realidad. El uso de la poética da a la narración de Iliana esa rara belleza.”Fui tragado por la enormidad de un día soleado y azul… papel picado azul entrelazado, sólo el sol alocado y sí, campanitas sonoras acompasadas de viento. Iliana Vargas: “Las influencias vienen del cine, de la música; obviamente de la literatura, la pintura, etc.” La literatura de la imaginación, parece que le han permitido a la autora transitar los rumbos de la fantasía y el misterio.


Compré la obra fascinado por todo el ambiente a su alrededor, me despedí de Iliana y salí. Para cuando hube de llegar a la estación del metro más próxima, antorchas improvisadas humeaban, creo que los mismos jóvenes de antes, llevaban ataúdes y pancartas. Sus caras rojizas por el calor desprendían sudor. 


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